EN DETALLE
En 1999, Iker, siempre definido como una persona ambiciosa, inquieta y tenaz, decidió que su próximo gran objetivo sería enfrentarse a la vía más difícil del mundo en ese momento: «Action Directe» (9a). Ya la había probado brevemente durante dos días en el verano de 1998, quedando impactado por la belleza y la complejidad de sus movimientos. Aunque sabía que no estaba cerca de lograrla, tenía una fe ciega en sus posibilidades y estaba convencido de que, con el tiempo y el esfuerzo necesarios, podría conseguirlo.
En aquel entonces, la escalada en España apenas tenía una propuesta de 9a, la vía «Orujo» de Bernabé Fernández en Archidona, que aún estaba sin confirmar y sigue en ese estado hoy en día. Además, ningún escalador español había logrado encadenar un 9a en el extranjero. Por lo tanto, la decisión de Iker de enfrentarse a «Action Directe» era realmente arriesgada.
Esta obra maestra había sido equipada por Milan Sikora, compañero de Wolfgang Güllich en sus legendarias aventuras, como la apertura de «Eternal Flame» en la Torre del Trango. Wolfgang, considerado por muchos el mejor escalador del mundo en su época, finalmente completó la vía en 1991, después de haber logrado hitos como los primeros 8b, 8b+, 8c y 9a mundiales, y escaladas épicas en lugares remotos del planeta. Desafortunadamente, Güllich murió en un accidente de tráfico en 1992, convirtiéndose en una leyenda.
Cuando llegamos por primera vez a Frankenjura en el verano de 1998, Güllich ya había alcanzado un estatus casi mítico, y su vía, «Action Directe», era vista como una prueba definitiva en la escalada deportiva. La admiración por Güllich era tal que, al poco de llegar, lo primero que hicimos fue visitar su tumba en el cementerio de Obertrubach.
En ese momento, «Action Directe» solo había sido repetida una vez, en 1995, por el alemán Alexander Adler. Desde entonces, había sido intentada por muchas de las estrellas más grandes de la escalada mundial, pero todos habían fracasado, y algunos se habían lesionado en el intento. En palabras de Iker:
«Son solo 12 metros, 17 movimientos, la mayoría en monodedos y bidedos de primera falange, con un lance espeluznante para empezar y otro clave para finalizar, un solo lugar para magnesiarse y ningún reposo real».
Consciente de la magnitud del desafío, Iker sabía que el único camino al éxito sería entrenar específicamente para esta ruta, como había hecho Güllich en su momento.
El mayor obstáculo que enfrentaba Iker en esa época era su trabajo en el rocódromo de Vitoria, que le dejaba poco tiempo para entrenar. Sin embargo, aprovechaba cada momento libre, y cuando trabajaba hasta las 21:30, continuaba entrenando hasta la 1 de la madrugada en nuestro lugar de entrenamiento, al que llamábamos «El Templo».